Javier Simonetti, académico de la UChile: “Debemos escuchar a la ciencia y a la ciudadanía”
El Coordinador Académico del Programa Transdisciplinario en Medio Ambiente de nuestra casa de estudios está seguro de que podemos cambiar el rumbo y luchar de forma más rápida contra la actual crisis ambiental, de la mano de la comunidad científica y aprovechando la “oportunidad histórica” que nos entrega el momento constituyente.
Octubre se caracteriza por ser el mes del año con más conmemoraciones y efemérides en torno a la defensa del medioambiente y la actual crisis climática que vive Chile y el mundo. Ejemplos de ello son el 2 de octubre, Día Nacional del Medioambiente; el 3 de octubre, Día Mundial del Hábitat; y este 24 de octubre, Día Internacional Contra el Cambio Climático. ¿Pero cómo logramos que esas referencias se conviertan en políticas estatales, cambios culturales y acciones concretas?
Conversamos de esto con el profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, Javier Simonetti, experto en conservación y biodiversidad, y coordinador académico del Programa Transdisciplinario en Medio Ambiente (PROMA) de nuestra institución.
¿Cómo logramos que estas distintas conmemoraciones impacten en el objetivo final del cambio de cultura para avanzar en la conservación de la biodiversidad y en la lucha contra el cambio climático?
Las conmemoraciones de diferentes partes de la naturaleza carecen de sentido si no tienen sustento detrás de ellas, por lo que tienen que dejar de ser meros slogans y pasar a ser elementos que realmente reflejen un compromiso inclaudicable, de la sociedad toda, respecto de la protección y el cuidado del medioambiente en general. Claro que es interesante y necesario el que existan estos días por tanto permiten continuar llamando la atención en el calendario, pero el trabajo es de toda la sociedad.
Por un lado desde las universidades y la academia, donde se desarrolla la mayor parte de la ciencia, ya se ha dicho claramente cuáles son las formas en que deberíamos comenzar a relacionarlos con la naturaleza y con nuestro entorno, para evitar que la verdadera crisis que se cierne sobre la humanidad continúe avanzando a pasos agigantados.
En ese sentido, Chile se encuentra actualmente en un momento único, al estar redactando una Constitución en que la participación ciudadana tiene cabida. Nos permite pensar que pudiésemos establecer una forma distinta de relación con nuestro ambiente.
Pareciera que no somos realmente conscientes de lo que está pasando. Ya que, además del momento constituyente, tenemos elecciones en poco tiempo y las discusiones en torno al medioambiente, que deberían estar mucho más en agenda, no lo están.
Esto requiere de voluntades políticas. Si yo miro la efervescencia que hubo en 2019 respecto de la realización de la Conferencia de las Partes por el Cambio Climático (COP 25), mostró que toda la comunidad académica estaba disponible para colaborar y se movilizaron enormes números de personas con objeto de presentar análisis, estudios y propuestas. Este año también hay una Conferencia de las Partes por el Cambio Climático (COP 26) y hay una en paralelo sobre el Convenio de Diversidad Biológica, y el gobierno está silente. Entonces llama la atención que cuando debíamos hacer un evento en casa: movilizamos, llamamos, convocamos, y cuando no es en casa no decimos nada. Compromisos son compromisos, si efectivamente vamos a conmemorar algo, lo importante es que tenga sustancia, y no sólo que exista compromiso cuando los eventos son en casa y te permiten agitar banderas.
El compromiso por parte de la ciencia ha quedado demostrado, porque entendemos la magnitud de la crisis. La realidad que enfrentamos nos muestra que la pérdida de diversidad biológica es equivalente, en un principio, a la extinción masiva que ocurrió en durante el Pérmico y que eliminó de la faz de la Tierra prácticamente al 80 0 90 por ciento de las especies. Hoy día, lo que enfrentamos, según el IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas), que es el equivalente del IPCC, es la extinción de más de un millón de especies en el próximo tiempo y estamos silentes.
De manera que lo que necesitamos es: (1) que se escuche a la ciencia; (2) que se escuche a la ciudadanía; y (3) ejecutar los cambios en las políticas públicas que nos permitan tener una relación distinta con el medio ambiente, de manera de evitar seguir magnificando la crisis que la humanidad enfrenta.
¿Debemos ir muchísimo más rápido de lo que vamos?
Esto no es el cuento de que el lobo viene y el lobo viene… esto se trata de que el lobo llegó hace rato. Si uno mira todas las predicciones y los escenarios que se proponían que iban a ocurrir, una fracción amplia de ellos están ocurriendo. Incendios en todas partes del mundo en épocas que no deberían haber incendios, cambios en los regímenes climáticos… mira las precipitaciones. Por primera vez uno ve un pueblo en Alemania arrasado por un aluvión, que eran típicos de países subdesarrollados. Y ahora les golpeó la puerta de la casa, perdón, les llevó la casa. Comienza a haber una evidencia palpable. Entonces, algunos grupos que eran escépticos, empezaron a entender que les llegó su hora, por lo que sin duda deberíamos ser más conscientes de lo que está pasando y esto debería estar con mucha más fuerza en la agenda pública de nuestro país, y es lamentable que no lo esté. Chile intenta avanzar, pero lo curioso es que no vayamos más rápido, porque Chile tiene la capacidad para ir mucho más rápido y necesitamos ir muchísimo más rápido.
La extinción de la experiencia
En una entrevista reciente habló de la “extinción de la experiencia” como uno de los fenómenos que explica nuestra poca empatía con la crisis actual, ¿qué significa esa extinción?
La extinción de la experiencia es un fenómeno individual y plantea que las generaciones más jóvenes no tienen experiencia con los ambientes naturales. Voy a dar un ejemplo dramático. Hace mucho tiempo atrás la Asociación de Productores de Leche de Norteamérica realizó encuestas a sus consumidores sobre los orígenes de la leche. Un equivalente a 17 millones de personas afirmó que la leche achocolatada provenía de vacas de color marrón. Es ese el nivel de desconexión, porque les hemos quitado la experiencia con la naturaleza. Cada vez son menos las personas que han jugado ensuciándose los pies, metiendo las manos al barro, mordiendo una hoja. El tener experiencias en ambientes naturales va en declinación y eso significa que no conocen.Y si no conocen, ¿por qué deberían preocuparse por algo que ignoran, que no está en su agenda? Ese es un fenómeno cultural. Pero igualmente, hoy día noto un cambio muy favorable en los jóvenes. No sé si están volviendo a tener más experiencias con la naturaleza, pero sí un grado mayor de compromiso con la dimensión ambiental y ese momento tenemos que transformarlo en energía que cambie la situación.
¿Qué hacemos para revertirlo?
Es fundamental revertir esa extinción de la experiencia y eso tiene que ver con educación y no necesariamente con la educación formal. Es la experiencia educativa y pedagógica de estar en contacto con la naturaleza, y eso se puede hacer, incluso, al interior de las ciudades si tuviéramos ciudades ambientalmente más justas y equitativas, en donde hubiesen áreas verdes donde las personas pudiesen encontrarse a poca distancia de su hogar con un espacio arbolado que tiene impactos reconocidos en términos de la salud física y mental. Espacios en que los niños escuchen el trinar de las aves. Si retomamos ese contacto, los ciudadanos y ciudadanas tendrán algún elemento para preguntarse qué debo hacer para mantenerlo o qué debo no hacer para no perderlo… y ese es un fenómeno de educación.
Sabemos entonces de esa desconexión individual, pero pareciera que también hay una falta de relación entre los temas. Por ejemplo, entender que todo está conectado,
que la lucha contra el cambio climático y la protección de la biodiversidad deben ir de la mano.
Debemos entender que es un sistema y que todo debe hacerse en conjunto. Lo que se va a discutir, por ejemplo, en China, en el marco de la próxima Conferencia de las Partes (COP 26) del Convenio de Diversidad Biológica es que esta sea la década para restaurar en el mundo una superficie equivalente a toda Norteamérica, y esto ¿por qué? Porque restaurar un sinnúmero de ecosistemas va a reducir un tercio de los gases de efecto invernadero y va a producir, para aquellos que se preocupan cuánto les cuesta este gasto, aproximadamente por cada dólar invertido, una recuperación de treinta en servicios ecosistémicos. Entonces lo que hay que mostrar es que cambio climático y pérdida de biodiversidad van de la mano y se retroalimentan: la pérdida de biodiversidad favorece el cambio climático, el cambio climático incide sobre perder especies, de manera que es una espiral negativa peligrosísima y hay que trabajar con todas ellas simultáneamente y hacer que efectivamente que estas agendas conversen, porque cuando lleguen a conversar habremos dado un tremendo paso.
En ese sentido, parece que tampoco hay tanta conciencia de que los cambios del uso de suelo son el mayor factor de daño a la biodiversidad. Pareciera que hablamos de cambio de uso de suelo de una manera más genérica, sólo pensando en el factor económico. El último ejemplo es lo que pretende hacer la Seremi de Atacama en el desierto florido.
Es que eso es de un nivel tan absurdo y es tan fuera de toda lógica, excepto para quienes creen que las flores están allí para que ellos hagan negocio. Dejémoslo aparte por un segundo porque la verdad es que carece de todo sentido.
Lo planteaba como el máximo ejemplo de aquello…
Sabemos lo que provocan los distintos usos de cambio de suelo, y también hay información ya disponible para saber cómo manejar esos sistemas para que puedan compatibilizarse las dos actividades: la producción de un bien o un servicio, y mantener la biodiversidad. Pero eso significa un cambio en la lógica, porque implica que hay que hacer gestión de la biodiversidad, y acá hablo fuera de las áreas protegidas. Entonces ahí tiene que haber un cambio cultural, porque hasta ahora lo que se escucha es:´por qué tengo yo que poner mi predio para conservar esto animalejos cuando pueden incidir en mi producción ́, y debemos entender que es al revés: mucha de la fauna y flora que están en mi terreno y que podría compartir el hábitat que se usa para producir un bien y un servicio colabora en la producción de ese bien y ese servicio. Eso está calculado, pero significa una política de ordenamiento territorial y fomentar cambios en las prácticas productivas.
Hoy día en el mundo hay entidades que están haciendo sistemas de producción amigables con la biodiversidad y ellos tienen accesos preferenciales a algunos mercados. Entonces yo te diría que tenemos opciones, lo que falta es tomar una decisión marcada y muy fuerte para demostrar que esos cambios son factibles y no sólo necesarios. Y ojo, no queda mucho tiempo para tomar las decisiones
Escuchar a la ciencia
La pandemia del Covid 19 nos puso en una posición que quizás no veíamos hace mucho tiempo: el decir ´por favor escuchemos a la ciencia´. Quizás en la discusión medioambiental deberíamos llegar al mismo punto. Se lo planteó incluso pensando en lo que ha pasado con el proyecto Dominga, donde muchos expertos de la Universidad de Chile y de otras casas de estudio se han pronunciado en contra las decisiones estatales, así como también lo que ha sucedido con las decisiones socioambientales que ha tomado el país.
Bueno, uno se cansa de decir escúchennos… (risas). Pero bueno, efectivamente la pandemia mostró dos cosas. La pandemia surge de una interacción entre los humanos y la fauna silvestre y eso ocurre porque cada vez más los humanos empujamos a la fauna hacia los últimos reductos, entonces entramos en mayor contacto y la probabilidad de contagiarnos con virus que tengan los animales es mayor, y eso es un efecto clásico de este cambio del uso de suelo del que hablamos y de la presión de los humanos sobre la biodiversidad. Eso es evidente, pero quedó muy reducido. Lo que sí creció mucho y se demostró fue la capacidad de reacción de los cuerpos científico-técnicos para encontrarle una solución a un fenómeno que no ha tenido parangón en la historia. Quedó claramente demostrado que había capacidad de respuesta.
¿Falta entonces aprovechar esa capacidad?
Para otros fenómenos esa capacidad de respuesta también existe y, si no existiese y tuviésemos que desarrollarla, existen los marcos de referencia intelectual para trabajar en tiempos de incerteza. Es lo que se llama ciencia posnormal, cuando lo que está en juego es mucho y la incerteza es alta, pero sabemos cómo enfrentar eso ¿Por qué no se escucha a nuestras partes? Porque hasta ahora no había existido esta pandemia actual, pero los efectos del cambio climático sí han aparecido. El IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) con su último informe generó ese impacto y empezó a movilizar voluntades distintas a las científico-técnicas que ya estaban movilizadas hace muchísimo tiempo. Lo mismo va a pasar con la biodiversidad. Y es lamentable que tengamos que llegar a esos extremos. El informe de IPBES es dramático y prácticamente pasó desapercibido en Chile. ¿Hoy día cuál es la posición del Estado de Chile frente al IPBES? Nadie sabe. Hasta ahora Chile dice que apoyaría la decisión 30 por 30, lo que significa que el 2030 vamos a tener el 30 por ciento de la superficie protegida, y eso es nada. Chile hoy en día tiene alrededor del 22 por ciento, entonces la verdad no está haciendo ningún esfuerzo, y no sólo eso, no está haciendo ningún esfuerzo por evitar que se requieran áreas protegidas, pudiendo hacerlo.
Debemos entender que el cambio climático ya llegó, la pérdida de diversidad biológica la vamos a empezar a notar muy pronto en muchos aspectos de nuestra vida diaria y eso es lamentable. Esperamos que en la discusión constituyente, la dimensión del desarrollo ambiental de este país sea profundamente discutida, para diseñar normas para un Chile distinto al que tenemos hoy día.
Publicado originalmente en Noticias uchile